Redacción ACI Prensa
“¿Quieres encontrarme, hija mía? Búscame en tu corazón y en tu alma, ahí habito tu corazón como en mi tabernáculo. ¡Si supieras cuánto me consuelas y cuánto socorres a los pecadores al ofrecerte como víctima!”, le dijo Jesús a la Beata Alejandrina Da Costa mientras se mantenía en éxtasis, sufriendo los dolores de la pasión de Cristo.
Alejandrina nació en 1904 en Balazar (Portugal). Fue educada cristianamente y permaneció con su familia hasta los 7 años, cuando tuvo que ser enviada a Póvoa de Varzim para que vaya a la escuela. Allí hizo su primera comunión a los 11 años y un año después su confirmación. Un par de años más tarde regresó a Balazar con su madre y su hermana, para trabajar en el campo y trabajar en otros quehaceres.
El Sábado Santo de 1918 sucedió un hecho que la marcaría para el resto de su vida. Alejandrina -en ese momento con unos 14 años de edad- se encontraba ocupada en sus tareas de costura, acompañada de su hermana y una amiga, cuando tres hombres forzaron la puerta y entraron en la habitación con intenciones perversas. Alejandrina, en el intento por evitar ser violada y preservar su virginidad, huyó saltando por la ventana. Esta estaba ubicada a unos cuatro metros del piso, de manera que la caída le provocó graves lesiones. A partir de entonces, poco a poco, empezó a desarrollar una parálisis que la postraría totalmente en cama hasta el final de sus días.
Alejandrina se ofreció a Cristo -inspirada en los mensajes de Fátima- como “víctima” de expiación por la conversión de los pecadores, por amor a la Eucaristía y por la consagración del mundo al inmaculado Corazón de María.
Los últimos 13 años de su vida no probó alimento alguno y solo se mantuvo recibiendo la Sagrada Comunión diariamente. Entregada a una vida de oración y ayuno, en 180 ocasiones experimentó místicamente la pasión de Cristo, con mucho sufrimiento, cada viernes por la tarde. Muchísimas personas, durante ese periodo, acudieron hasta su casa para visitarla y recibir de ella alguna palabra de consuelo o compartir un tiempo de oración. Por recomendación de su director espiritual, Alejandrina se hizo Cooperadora Salesiana.
El 13 de octubre de 1955, aniversario del “milagro del sol” que se produjo en Fátima treintiocho años antes, la Beata Alejandrina Da Costa partió a la Casa del Padre. Una de las últimas cosas que dijo fue: “No pequen más. Los placeres de esta vida no valen nada. Reciban la Comunión; recen el rosario todos los días. Esto lo resume todo”.
La Beata pidió que en su epitafio quede inscrita la siguiente inscripción: “Pecador: si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvarte, acércate. Si es necesario pisotéalas hasta que desaparezcan, pero no peques nunca más. No ofendas más a nuestro amado Señor. Conviértete. No pierdas a Jesús para toda la Eternidad. ¡Él es tan bueno!”.
San Juan Pablo II la beatificó en el año 2004 y en la homilía de la misa de aquel día dijo: “en el ejemplo de la beata Alejandrina, expresado en la trilogía ‘sufrir, amar y reparar’, los cristianos pueden encontrar estímulo y motivación para ennoblecer todo lo que la vida tiene de doloroso y triste con la mayor prueba de amor: sacrificar la vida por quien se ama”.