‘Me dieron una casa de campaña. Es mejor que estar en el albergue’: participante en el plantón de Frena

Gobierno

Los partidarios de López Obrador aseguran que este es un movimiento de clase alta, muy alta. Quienes forman parte del plantón lo niegan. Aunque aquí se encuentra poca gente cuya economía vaya al día.

Germán no ha parado un segundo desde que los primeros integrantes del Frente Nacional Anti AMLO (Frena) irrumpieron en el Zócalo. Pasan algunos minutos de las 7 de la tarde del miércoles y el campamento está en «ebullición».

Él va de un lado a otro. Ayuda a una señora que no logra clavar su casa de campaña. Acarrea unas botellas de agua que alguien donó a los manifestantes.

Corta pedazos de un plástico negro para cubrir las carpas en caso de que llueva.

El hombre, nacido en Tlaxcala hace 38 años, pareciera uno de los activistas más convencidos de la iniciativa de rechazo a Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, reconoce que no tiene inconveniencias en cuestiones políticas. Que ni unos ni otros. Que está ahí porque ha encontrado un modo de vida.

Antes de que la marcha de Frena llegara a la Avenida Juárez, el sábado, Germán dormía en la calle, en el parque, junto a Bellas Artes.

«El albergue no le deja salir a uno y me aburro, me siento deprimido. Aquí al menos ando haciendo algo, ayudando a la gente y eso. Me siento mejor.

Me brindaron una casa de campaña para estar aquí. Es mejor que estar encerrado en Coruña (como se conoce al centro para personas en situación de calle ubicado en Viaducto)», explica.

Cuenta que cuando el plantón se instaló y pasaron los días, él comenzó a echar una mano. Se dio de forma natural, sin que hubiese una captación.

Hay gente que necesitaba manos y a él le venía bien una casa de campaña. «Apoyo cuidándoles algo. Es lo único. De vez en cuando, sí le ayudo a la gente, algo me regala.

Eso sí, comida no me falta», explica.

La protesta de Frena ya ha logrado su primer objetivo: alcanzar el Zócalo. Tras cinco días en la Avenida Juárez y rodeados de policías de la Ciudad de México, un amparo permitió que el movimiento alcanzara la plaza de la Constitución.

Ahí pretenden quedarse «hasta que López Obrador se vaya», como insiste su líder, Gilberto Lozano. Pero no parece que el presidente tenga intención de dimitir ni, sobre todo, que las marchas tengan la fuerza suficiente como para si quiera que la propuesta esté sobre su mesa.

Así que el plantón amenaza con eternizarse. Está acostumbrada la plancha a acoger descontentos casi desde que se abandonó aquel monumento a la independencia que daría nombre a la plaza en el siglo XIX.

Desde el sábado, cuando tuvo lugar la primera protesta, decenas de personas se turnan en el plantón para mantener la protesta. Su objetivo inicial era llegar al Zócalo, pero una gran barrera policíaca se lo impidió.

Así que se quedaron en Juárez hasta Reforma, como si quisieran emular aquel 2006 en el que su antagonista, López Obrador, inició un largo plantón contra lo que denunció como fraude electoral en las elecciones.

Aquí y ahora, Frena se presenta como apartidista y amplio. «¿Eres mexicano? ¿Te cae mal López? Entonces eres Frena», afirma Lozano.

La realidad, sin embargo, es que este es sobre todo un movimiento conservador en el que las palabras «Venezuela» y «Cuba» aparecen regadas en cualquier discurso.

El discurso general es el miedo a que México se convierta «en un país comunista» a partir de la adhesión de Morena al Foro de Sao Paulo, un espacio que aglutina a los partidos de la izquierda de América Latina desde 1990.

A partir de ahí hay una larga lista de agravios: «destrucción de la economía», «ineficiencia», «desabasto de medicinas». Algunos cuestionan el desmantelamiento de las ayudas sociales y otros cuestionan esas mismas ayudas sociales por ser una forma de clientelismo.

También aparecen diatribas contra lo que denominan «ideología de género» y hay un sector ultrarreligioso que, en lugar de consignas, lo que lanza son avemarías y rezos por la patria.

Lo explicaba el lunes por la noche Elías Salazar, licenciado en Informática y una de las escasas personas que se mantenía en el plantón de Juárez.

«Peleamos por la situación de México, no queremos otra Venezuela u otra Cuba». El hombre era de los que asegura que duerme en la protesta «algún día si y otro no».

«AMLO se rodeó de puros corruptos, es una persona que no escucha razones, no entiende la situación de un país y los resultados macroeconómicos.

Además, nos preocupa la anexión al Foro de Sao Paulo», decía, protegido por un grueso abrigo y capucha que le tapaba de la molesta lluvia.

Junto a él Adriana Villalobos, una mujer de la Ciudad de México que sí tiene su carpa y asegura que pasa aquí todas las noches, explica que la idea es seguir la estrategia que hizo caer en Bolivia a Evo Morales.

«Ha sido eficaz en muchos países para acabar con dictadores», asegura.

Junto a él Adriana Villalobos, una mujer de la Ciudad de México que sí tiene su carpa y asegura que pasa aquí todas las noches, explica que la idea es seguir la estrategia que hizo caer en Bolivia a Evo Morales.

«Ha sido eficaz en muchos países para acabar con dictadores», asegura.

«Siempre vamos a tener gente infiltrada o gente indigente que se anexa, pero no podemos impedirlo», se resigna el hombre. Aunque para él, lo importante es otra cosa.

«En toda esta manifestación no se ha roto un cristal, el comercio no se cierra, le estamos dando, vamos y comemos ahí, los negocios están abiertos.

No es como cuando ellos estaban en Reforma», argumenta, en referencia al plantón de 2006 de López Obrador y sus seguidores.

Fecha clave: 30 de noviembre
Desde el inicio de la protesta, el sábado, hasta el miércoles, las expectativas estaban puestas en llegar al Zócalo.

La decisión de un juez permitió que las carpas ya estén instaladas en la plancha. Y ahora viene la gran interrogante: ¿qué va a pasar a partir de ahora? Lo explica Sergio López, de Toluca: «Nunca nos vamos a cansar.

Vamos a estar hasta el 30 de noviembre».

La idea que transmiten muchos manifestantes es que López Obrador debe dimitir antes del 30 de noviembre. Así, constitucionalmente tendrían que convocarse nuevas elecciones presidenciales.

Cuando se les pregunta sobre qué hacer en el más que probable caso de que López Obrador los ignore, todos ellos muestran más fe que perspectivas claras: «tendrá que dimitir».

Hablan de un plan B y un plan C como algo muy remoto. Como si plantar un puñado de casas de campaña en el Zócalo haya hecho caer algún gobierno.

Mientras tanto, mantienen la retórica de que ellos son la avanzada, que vienen miles detrás desde otros estados o que representan a una mayoría social que no está en el Zócalo porque tiene que trabajar.

Pero lo cierto es que, hasta el momento, únicamente tienen ocupada la mitad del Zócalo. La otra mitad está vallada y protegida por agentes de policía.

Es muy previsible que en los próximos días la batalla sea tratar de alcanzar esta otra parte de la plancha, la más cercana al Palacio Nacional.

La idea del apoyo exterior está muy arraigada. Gilberto Lozano, el líder, aseguró a Ciro Gómez Leyva tener «patrocinio» para una protesta de tres años.

Así que quienes llegan aquí no tienen que preocuparse por la comida o la tienda de campaña. Lo explica Araceli Javier, de 36 años, ama de casa de Naucalpan, Estado de México.

«Afortunadamente hay buena organización, nos donan las cobijas, las casitas, los viáticos, la comida. Aunque no hay mucha gente aquí, hay gente que está donando apoyos», dice.

Con estas perspectivas lo lógico es que el campamento se convierta en parte del paisaje habitual del Zócalo, al menos durante los próximos dos meses.

Hay comisión Covid-19 y por la mañana se reparte café y por la noche tortas. Hay un montón de casas de campaña todavía en su envoltorio esperando a ser ocupadas.

Hay un grupo religioso que no deja de orar ni por un minuto y, tras el cordón policial, un grupito de partidarios de López Obrador que alimentan que se enzarzan con los acampados.

Aquí llega una pregunta fundamental: ¿Cómo se trabaja si uno se mantiene 24/7 en una protesta? González explica que tiene un negocio en el que están empleadas 30 personas y que sigue dirigiéndolo desde el plantón.

Una mujer a su lado, que no quiere dar su identidad, afirma que vive de los tres departamentos que renta como oficinas. «Vivir de las rentas no es fácil, hay que estar siempre pendiente», asegura.

Adriana de Juárez, que se suma a la conversación, dice que se dedica a la compraventa de bienes raíces, lo que le permite seguir su negocio, mientras que Arturo Martínez Domínguez asegura que a sus 73 años perdió la gerencia de un negocio de alimentación porque la crisis le hizo perder sus clientes.

Así que tiene tiempo para la protesta.

Primera noche en el Zócalo
Cae la noche en el Zócalo y nadie se mueve a pesar de que el miércoles fue un día intenso de marcha, pequeños empujones con la policía y la victoria simbólica de alcanzar la plaza que un juzgado había otorgado.

En los días previos, cuando el plantón estaba en la avenida Juárez, muchas de las tiendas estaban vacías. La lluvia fue inclemente, sobre todo el domingo, por lo que algunos de los manifestantes optaron por marcharse a casa para dormir sin temor a resfriarse y regresar durante el día para mantener la protesta.

El miércoles, día de la toma del Zócalo, la climatología no fue tan adversa. Así que al menos 200 tiendas se instalaron en la mitad de la plancha, que lucía inmensa ante un contingente que incrementó con el paso de las horas pero que no llegó a completar la plaza a medio aforo.

En este caso la gran mayoría de las casas de campaña estaban llenas. Al menos, hasta las 8 de la noche. Después de cinco días desde del inicio de la protesta ya se ha formado una heterogénea composición de los manifestantes.

«Me ha tocado vivir muchos cambios de gobierno y este es el peor de todos. Porque está impulsando una política socialista, en la que el pueblo dependa del gobierno, porque está dando sus dádivas a la gente que no trabaja», dice Donato Sosa, de 57 años.

Explica que él trabajaba como publicista, pero la llegada de la pandemia de Covid-19 tumbó todos sus proyectos laborales. Así que ahora, mientras busca un empleo, dedica buena parte de su tiempo a la protesta contra López Obrador.

En su caso se mantiene todo el día en el campamento, pero, al caer la noche, regresa a su vivienda en la Ciudad de México. Minutos después, la tienda que él vigila es ocupada por otro hombre.

Huraño, desconfía de la prensa. Dice que la razón de estar aquí es que su salario se redujo a la mitad por culpa del presidente.

Con otros compañeros, lo veremos ir y venir durante toda la tarde ayudando a armar tiendas y cargar colchones.

Los partidarios de López Obrador aseguran que este es un movimiento de clase alta, muy alta. Quienes forman parte del plantón lo niegan. Aunque aquí se encuentra poca gente cuya economía vaya al día.

Los que perdieron el empleo, como Sosa, venían de otra posición. Al menos, la mayoría ellos.

Otros, como Jorge González Munguia, vienen de otra realidad. «Trabajaba en una escuela, pero la cerraron por la pandemia. Desde entonces vendo algunas cosas en la calle, pero no tengo empleo fijo».

Explica el hombre que vive en una pensión cuando le alcanza el dinero. Cuando no, tiene que quedarse en la calle. Lo ve como una especie de expiación por sus «malos comportamientos» del pasado.

Ahora, sin embargo, es uno de los voluntarios más activos.

«El primer día que vi la movilización, nunca había visto un plantón como este o una forma de expresión hacia el gobierno que tenemos.

Hablé con una gente de Torreón y me sumé. Si tengo que barrer, o lo que les tenga que ayudar en la seguridad, lo hago. Pero no me dan dinero, no estoy por dinero.

Estoy en contra del gobierno, del sistema que tenemos actualmente. Para mí, apoyar está perfecto», explica.

Mientras relata que él no votó por Obrador pero que está aquí porque considera que su gestión ha provocado mucho desempleo, llega un hombre: «necesitamos manos, hay que descargar la comida».

Ambos se marchan. Es la primera noche en el plantón del Zócalo y hay mucho que hacer.

 

Gracias Grupo Multimedios.

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