La convocatoria quedó muy lejos de aquel cuarto de millón de personas que tomaron la ciudad en el 63
«No podemos darnos por satisfechos mientras el negro sea víctima de los horrores inexplicables de la policía, no podemos darnos por satisfechos mientras el negro de Misisipi no pueda votar y el negro de Nueva York crea que no tiene nada por lo que votar».
Martin Luther King pronunció estas palabras el 28 de agosto de 1963 desde el Monumento a Lincoln en la trascendental marcha por los derechos civiles de Washington, el día del icónico discurso del «Yo tengo un sueño», que sería parteaguas en la historia contra la discriminación racista.
Violencia policial, acceso al voto, desafección. Como si ese más de medio siglo no hubiese pasado, líderes sindicales, activistas y reverendos negros pasaron por el atril a lo alto de esa misma escalinata este 28 de agosto de 2020 para denunciar las mismas lacras.
Miles de manifestantes se concentraron en la capital de Estados Unidos en plena pandemia tratando de emular la jornada crucial de hace 57 años. La convocatoria quedó muy lejos de aquel cuarto de millón de personas que tomaron la ciudad en el 63, pero todo lo que ocurre a los pies de la imponente estatua de Lincoln, el venerado presidente que acabó con la esclavitud, frente a la larga piscina reflectante adquiere un empaque especial.
El momento resulta tan decisivo como entonces. La primera potencia mundial se encuentra hoy atravesada por tres crisis (la económica, la sanitaria y la social) y vive la mayor ola de protestas contra el racismo desde, precisamente, el asesinato de King.
Un grupo de entidades convocó la marcha en el fragor de las protestas por la muerte del afroamericano George Floyd en una detención brutal el pasado 25 de mayo en Minneapolis y los episodios de los últimos días en Kenosha (Wisconsin) espolearon aún más la movilización pese a los riesgos de contagios por la pandemia.
Ha sido otra semana de fuego. Los disparos por la espalda de la policía a Jacob Blake, un hombre negro al que trataban de detener el pasado domingo en Kenosha desencadenó protestas y graves disturbios.
En medio de ellos, el martes por la noche, un adolescente blanco de 17 años disparó y mató a dos manifestantes con un rifle.
«Hace 57 años estuvo aquí Martin Luther King contando cuál era su sueño, pero no creo que todo el mundo sepa que estamos aquí porque tenemos el poder de hacerlo realidad», dijo Bridget Floyd, hermana del que se convirtió de forma súbita en un icono global contra el racismo.
La hermana de Blake, que se encuentra herido en un hospital de Kenosha, usó palabras gruesas y enfatizó que no pensaba «disfrazar este genocidio y llamarlo brutalidad policial».
Esta no es una movilización más contra el racismo. El tono de la protesta refleja el duro pulso político que libra Estados Unidos, con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina.
La noche anterior, muy cerca de allí, el presidente Donald Trump había roto el principio de neutralidad de los espacios de la Casa Blanca y pronunció su discurso de aceptación de la nominación para la reelección desde los jardines de la residencia oficial, entre vallas de publicidad electoral.
No se refirió a los problemas de racismo en la policía y, en cambio, acusó a los demócratas de connivencia con la derivada violenta de las protestas.
Trump ha añadido gasolina al fuego durante su Gobierno. Siempre se ha referido a los casos de brutalidad policial como episodios aislados, sin admitir un problema de racismo estructural, y ha llegado mostrar comprensión hacia los grupos ultra y neonazis.
En 2017, a raíz de los disturbios de Charlottesville, que enfrentaron a manifestantes antirracistas con una marcha de grupos de ultraderecha (con neonazis y Ku Klux Klan incluidos), en los que murió una mujer atropellada por un extremista, afirmó: «Había gente mala en un lado y también muy violenta en el otro», insistió.
En la misma línea, aseguró que «había gente muy buena en ambos lados».
La marcha del 63 se consideró clave en la aprobación final de la Ley de los Derechos Civiles al año siguiente. Esta vez, los activistas reclaman reformas policiales que frenen los abusos racistas con más transparencia y rendición de cuentas; cambios en el sistema de justicia penal, que mejore la labor rehabilitadora del sistema y evite la espiral de exclusión de los delitos menores, y una nueva ley cambie los requisitos de voto que acaban entorpeciendo el acceso de las minorías.
El reverendo Al Sharpton, un veterano y controvertido activista de los derechos civiles de Nueva York, organizó la convocatoria junto a Martin Luther King III, hijo del histórico líder.
«Si mi padre estuviera hoy con nosotros (…) querría que fuésemos líderes para la justicia, los promotores de sus ideales de justicia social, igualdad y paz; nos urgiría a vivir no en el pasado si no en lo que él llamaba ‘la feroz urgencia del ahora’.
Si están buscando a un salvador, levántense y véanse en el espejo, nosotros tenemos que ser los héroes de la historia que estamos construyendo.
Y ‘nosotros’ significa todos», dijo King III. Quien se llevó sonoros aplausos fue Yolanda de Renee King, nieta de King, que con solo 10 años pronunció un enérgico discurso: «Los grandes desafíos producen grandes generaciones.
Ya nos hemos hecho expertos del Tiktok y del selfie… ¡Ahora nos toca serlo a nosotros mismos!», exclamó.
Si la marcha de King tuvo como lema «Empleos y libertad» esta se llama Get your knee off our necks (Quítanos la rodilla del cuello, en referencia a la rodilla del policía hincada en el cuello de Floyd).
A los pies de las escalinatas del monumento a Lincoln una mujer afroamericana mayor gritaba: «¡Yo no voy a volver a las parcelas!». Tras el grito espontáneo de la mujer siguieron los aplausos de todos los que estaban alrededor de ella como parte de la marcha.
La frase recordaba la época de la esclavitud en la que la población negra se dedicaba al trabajo en el campo. La mujer era más bien una excepción: la mayoría de los asistentes a la protesta eran los jóvenes y las familias, casi todos llevaban algún letrero, mascarilla o camiseta con las leyendas que defienden el movimiento Black Lives Matters.
En los jardines de la piscina reflectante se vendían camisetas con la última frase de Floyd antes de morir bajo esa rodilla: «No puedo respirar».
También las había con citas del congresista John Lewis, fallecido el mes pasado, el último icono de la era de King, que precisamente estuvo en aquella marcha de 1963.
Tras los discursos, la marcha se dirigió hacia el monumento de Martin Luther King, muy cercano al de Lincoln, donde terminó la jornada.
Emmett Till, el chico linchado que marcó la fecha
Los organizadores de la marcha de 1963 no escogieron aquel 28 de agosto al azar. Fue la fecha en la que ocho antes, en el 55, un chico de 14 años llamado Emmett Till fue raptado y torturado hasta la muerte por un grupo de hombres blancos en Money (Misisipi) por haber silbado a una mujer blanca en una tienda.
Esta vez, fue una agonía de casi nueve minutos grabada en vídeo lo que desató el estupor en medio mundo. La familia de George Floyd llevaba camisetas con los números ocho y 46, los ocho minutos y 46 segundos que el hombre de 46 años pasó inmovilizado por el cuello, bajo la rodilla un policía blanco, mientras clamaba de no podía respirar y deliraba, llegando a pedir ayuda a su madre muerta.
Con la crisis por la pandemia del coronavirus, los organizadores pidieron a la gente seguir los discursos desde casa a través de la televisión o en streaming, sin embargo, miles de personas acudieron al monumento con poca distancia social con ellos, aunque era un requisito llevar mascarilla todo el tiempo.
En algunas entradas a los jardines que rodean el monumento, los organizadores tomaba la temperatura y entregaban un brazalete a quienes no tenían un resultado alto.
Aun así, dado que se trataba de un espacio abierto, los asistentes consiguieron juntarse alrededor de la piscina reflectante sin mayor obstáculo y aún sin haber pasado por los controles de temperatura.
Ebony Walton, de 29 años, había viajado cuatro horas en coche con su novio desde Virginia Beach para participar en la protesta. Dijo que su generación tiene que seguir el trabajo de los pioneros en la lucha de los derechos civiles, que el combate al racismo está todavía muy lejos de terminar.
«Cuando Obama llegó [a la presidencia] pensamos que el racismo se había acabado y nada más llegó este presidente [Trump] y volvió a encenderlo».
Gracias Grupo Multimedios.